De visita en mi casa

Llegué a Mequinenza en autocar. Creo que fue un viaje que hice con una de mis primas y que tuvimos que hacer noche en el camino. Imagino que salimos de Mediano por la mañana y para ir a Mequinenza, debimos cambiar de autobús, primero en Barbastro y luego en Lérida. Aunque ambos pueblos no están lejos hay en día, en aquella época no era viaje para un solo día.
Yo me había quedado viviendo con mi tia Cruz en Mediano cuando a mi padre lo trasladaron hacia el final de la obra. Aunque el trato era hasta el verano, para descongestionar a mi madre que había tenido un mal parto con mi hermano pequeño, el plazo se fue prolongando durante un par de años hasta que se hizo necesaria mi escolarización.
Así pues, después de haber vivido unos años con mi tía, prácticamente como hijo único aunque yo supiera que no era mi madre, me encontré bajando de un autobús al encuentro de mi familia.
Me esperaban mi padre, a quien casi no recordaba, y mis dos hermanos junto con varios de  sus amigos, todos ellos extraños para mí. Tuve la impresión de que para ellos era todo un acontecimiento y que me   recibían con ilusión y agrado. Sin embargo, aún hoy, algo dentro de mí busca en ese día la imagen de mi madre.
Por mi parte resultaba todo muy extraño. Por un lado, yo era el mayor de todos aquellos niños, no sólo en edad sino también en estatura por cuanto era bastante alto para mi edad, lo que me daba una cierta ascendencia sobre ellos de chico mayor. Por otro, yo venía de una vida de poca relación social  y sin ninguna experiencia  sobre como desenvolverme dentro de un grupo.  
Todo ello, sobre lo que ahora puedo reflexionar, revuelto, visceral, enganchado en el estomago y  sin que sirviera agachar la cabeza, ya que era más alto, o escurrir el bulto, imposible siendo yo el visitante.
Afortunadamente, la capacidad de adaptación en la infancia es, en la mayoría de los casos, de una gran versatilidad y en poco tiempo fui uno más de la familia.

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