Nacido en la intransigencia

Mi madre era una chica bien hija de Pascual Rifaterra, personaje importante en Mediano al ocupar un puesto de responsabilidad en las obras de la presa. Ella, que entonces se llamaba Leoncia aunque posteriormente adoptara su segundo nombre, Isabel, vivía con sus tres hermanas y un hermano en la casa  de la Confederación.
Mi padre, llegado con el aluvión de trabajadores de la presa, era uno de los muchos trabajadores que se alojaban, al estilo militar, en barracones de madera construidos en el mismo lugar de las obras.
Se conocieron un día en la tienda de los Fantova cuando, después de un desaire de mi madre hacia él,  le soltó un descarado "pues si son presumidas las chicas de este pueblo".
Desconozco la historia hasta que, ya novios a hurtadillas, utilizaban la ropa tendida como sistema de mensaje. Mi padre colocaba una de sus camisas en la ventana del barracón como señal para verse y mi madre tenia que vigilar, desde casi un kilómetro que mediaba entre los dos lugares, la señal para la cita.
Fruto de aquellos encuentros fui engendrado sin que mediara boda o conocimiento público de la  relación, lo que en la época y lugar suponía un cierto escándalo, aún más teniendo en cuenta la diferente posición social de ambos.
A resultas de los acontecimientos, el hermano de mi madre, primogénito, único hijo y falangista hasta la médula puso un ultimátum a mi abuelo "o se iba la pecadora o se iba él". Ante la dudas de mi abuelo, hombre apacible pero de poco carácter, mi madre decidió abandonar las comodidades de la casa paterna y solucionar de esta forma el conflicto creado.
Del resto de la historia sólo sé que, antes de la casa del pueblo en la que recuerdo vivíamos, se alojaron en un barracón de adobes en el cruce con la carretera a cosa de un kilómetro, lugar en el que acabaron instalándose las pocas familias que no abandonaron el pueblo y que años después visité cuando ya era una tienda de ultramarinos de la época, el equivalente a un "todo a cien" de ahora.

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