Las comidas de Fiesta Mayor


Aparte del baile y la misa mayor, actividades que en algunas ocasiones provocaban opiniones dispares, las comidas eran el eje central durante los días de la fiesta y aglutinaban los mayores sentimientos de unanimidad.
Las fiestas mayores, normalmente dos, posteriores a la siembra y la cosecha, se desarrollaban en fines de semana sucesivos en los tres o cuatro pueblos del entorno para facilitar la asistencia. Las casas, estructura social que se imponía a la familia de padres e hijos, competían por el número de invitados; el más lejano parentesco o relación era motivo de invitación a la mesa y el mayor éxito se obtenía con la participación de conocidos venidos de más allá de la comarca.
Se empezaba por la mañana, dependiendo del horario de cada uno, reponiendo fuerzas a base de morcillas de sangre o arroz, longanizas, chorizos y algunos vasos de vino. Después del inevitable trabajo para atender los animales que no hacían fiesta, había tiempo para un almuerzo de similar calado, en compañía de los forasteros que no madrugaban, antes de misa de doce.
Después, ya todos juntos, la comida solía durar hasta media tarde. Como la importancia de la fiesta y de la casa que invitaba lo daba la comida, no se reparaba en gastos y después de varias fuentes de ensaladas y embutidos, se servían sopas de arroz y pasta seguidos de fuentes de la carne disponible, que normalmente era pollo, conejo, cordero y dependiendo de la época y circunstancias, cerdo y caza que podía incluir liebre, perdices y codornices.
Era necesario reprimirse en los primeros platos y llegar al final con holgura suficiente para poder complacer al anfitrión comiendo un poco de todo lo que, no siendo fácil, se convertía en un martirio de no estar acostumbrado.
No era frecuente tomar mucha fruta pero sí las rosquillas y diversa pastelería a base siempre de harina, aceite, huevos y azúcar que, tomados con y después del café, entretenían el tiempo hasta media tarde cuando empezaban la primera sesión de baile.
Después, con algunos comensales cambiados ya que no era infrecuente tener que cumplir por razones de parentesco con más de una casa, se procedía a la cena que consistía básicamente en lo mismo. Durante la cena, aumentaba el consumo de vino y disminuía el de gaseosa, probablemente debido al descenso de la temperatura o a la proximidad de la aventura nocturna. No en vano, el baile de noche era el punto culminante del día en cuanto a perspectivas de diversión y excitación.
A la vuelta, esta vez escalonada, siempre encontrabas preparado lo suficiente para un buen resopón. No era cuestión de acostarse con el estómago vacío.    

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