Este escrito dirigido a todos mis compañeros de trabajo constituye la primera parte del proceso de ruptura con mi vida laboral.
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A su consideración
La pasada
semana fui impelido, quizás por el plenilunio, a remitirles con placer la copia
de un escrito que, por iniciativa personal, envié a los más inmediatos
responsables, superiores y colaterales, de la Gerencia de Girona. Tal escrito
motivó algunos halagos espontáneos.
En este momento
les informo que dicho escrito no parece haber merecido ni tan siquiera una
respuesta de compromiso por parte de tan altos destinatarios. Quizás tal
respuesta requiera más paciencia, más determinación para conseguirla o, tal
vez, su tiempo esté comprometido. También pudiera ser que la negación de una
respuesta, a riesgo de parecer ineducada, sea la mejor forma de cortar las alas
a una opinión que, de esa forma y sin más eco, pasará como balbuceo espontáneo o
estentóreo de un iluminado.
Que sea así o
no depende de ustedes. Que sólo sea una acción exagerada por mi parte, o que se
convierta en el punto de inflexión a partir del cual dejemos de culpabilizarnos mutuamente y focalicemos nuestra
frustración hacia alguna solución factible es algo de su incumbencia.
Ya es
suficiente de atribuir exclusiva y erróneamente a la falta de organización
nuestros problemas. Aún siendo necesaria tan reiterada consideración, si la
organización del trabajo fuera por sí sola suficiente para aumentar nuestra
productividad hasta el punto de poder suplir con ella el esfuerzo de las
diecisiete vacantes, ora sería de exigir la dimisión de la dirección completa.
Por el momento,
todo parece actitud propia de quijote frente a molinos de viento. No es trivial
la semblanza cervantina en cuanto que junto a los mensajes de apoyo y
habiéndolo pedido en varias estancias, aún no he recibido ninguno de
colaboración, expresada en ofrecimiento de nombre y firma como corresponde a
personas de hecho y derecho.
Tal pareciera
que en la administración democrática, el suave halo de las potestades cubriera
como fino manto las adjudicaciones y nadie osara significarse de tal modo que,
no pudiendo ser delito, a mi entender y conocimiento, la expresión de
discrepancia frente a los hechos, si constituyera cuando menos pecado y por tal
mérito o suposición pasare el temerario a formar parte de un gris, que no
negro, inventario. Dicho en prosaico: la pela es la pela y, por si acaso, no me
la juego.
Con todo, las
circunstancias no obligan, ni tan siquiera por reiteración, y no soy yo quién
pueda exigir nada, quizás tan sólo invitarles con insistencia a la recuperación
de su dimensión épica. Miren ustedes en su interior y averigüen que herida es
más dolorosa, aquella que puedan infligirles por un momento de coraje o la que
nunca recibieran en toda una vida de temor.
Espero con
curiosidad sus respuestas.
Ya jubilado, sigo esperando.
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